
Organización de los espacios
Una de las primeras preguntas que nos realizáis muchos de vosotros cuando llegáis a la escuela es: ¿Cómo se organiza el aula? O bien, ¿qué hacen los niños durante la jornada?
Nuestra escuela es muy dinámica por lo que la organización de los espacios viene dada por la programación y las necesidades de los niños. Esto es, un espacio de referencia para comer y dormir y otros espacios para jugar.
El medio, es decir, los espacios en los que el niño se desenvuelve le proporcionan mucha información, ya que interacciona con ellos constantemente. Los espacios “vacíos” que tenemos en nuestra organización diaria envían a la criatura mensajes silenciosos que le llevan a realizar determinadas acciones, favorecerle actitudes y facilitarle el intercambio de información con sus iguales, con los adultos de referencia y con los objetos que se le ofrecen.
Estudiamos el medio en el que nuestros pequeños trotamundos se mueven, reflexionamos sobre cómo debemos planificar las actividades y analizamos todo lo que va a rodear al niño. Debemos tener muy claro qué es lo que les vamos a proporcionar para ofrecer situaciones de aprendizaje que faciliten el desarrollo de las competencias que deben alcanzar para la edad que tienen. A veces es “nada”.
El planteamiento educativo que forma parte de nuestro trabajo diario es una herramienta básica del proceso de aprendizaje que debemos ofrecer a nuestro alumnado.
Por más que intentemos trabajar en espacios limpios que no produzcan sobreestimulación y ayuden a centrar la atención sobre aquello que desde la programación planteada nos interesa que aprendan, los espacios nunca son neutros. Para lograr esto, deberían ser cuatro paredes desnudas y nada más, pero, aunque consideremos un espacio limpio, siempre tenemos elementos motivadores.
La estructura que se plantea en los diferentes momentos de trabajo y los diferentes objetos que se ofrecen en la práctica educativa son los que se programan para conseguir situaciones de aprendizaje activas, dinámicas, atractivas, motivadoras, que permitan indagar, explorar y descubrir, además de manipular y dirigir el pensamiento del niño a un aprendizaje con una base real y efectiva.
Cuando se programa, pensamos ¿qué espacio de la escuela es mejor para esta actividad? ¿Cómo podemos aprovechar al máximo los espacios de forma que sean muy productivos en el aprendizaje del alumnado?
La planificación, diseño y la intervención de los maestros en las actividades responden a unos criterios de actuación prefijados para conseguir los objetivos propuestos para la etapa educativa en concreto, atendiendo siempre a la diversidad del alumnado.
Siempre hay que poner por delante la atención asistencial al niño. Esto es, atender lo primero sus necesidades primarias (fisiológicas): hambre, sueño, seguridad, confort, higiene.
A continuación, hay que centrarse en la necesidad afectiva, que está íntimamente relacionada con la asistencial, ya que cuando se hacen las actividades propias de las necesidades primarias se genera un vínculo importantísimo con el niño en ese espacio preparado para ello como son los cambiadores o espacios de comedor: se les habla, se les canta, se les hacen cosquillas, se les masajea, etc.
Permitir, dentro del espacio preparado, el libre movimiento: el niño necesita autonomía y no se puede tener a un niño continuamente en un lugar fijo, o decirle “para” o “ven aquí”, porque se limita su capacidad investigadora y de descubrimiento, fundamental para su desarrollo motriz y cognitivo, además del sensorial.
En nuestro espacio de trabajo eliminamos todas las barreras que impiden el libre movimiento del niño, pero poniendo por delante, siempre, la seguridad de este.
Permitimos acceder a los materiales de forma ordenada. En función de los objetivos que se pretenden conseguir se ofrecerán unos objetos u otros y, como se ha comentado al inicio del documento, en muchas ocasiones no se les ofrece nada más que nuestra voz, nuestro movimiento, nuestro cuerpo, etc.
Crear unos espacios ordenados y pensados adecuadamente facilita la necesidad de socialización que tenemos las personas, independientemente de la edad que tengamos, y la escuela infantil es un lugar idóneo para iniciar este proceso fundamental en la vida.
Un espacio amplio permite libertad de movimiento. Un espacio libre es básico para el desarrollo del niño, para que pueda moverse de un lado para otro. Si programamos actividades en las que el niño se queda quieto y no es lo que se busca, tenemos que reflexionar por qué.
Con el movimiento libre viene el juego. El niño tiene que jugar a todas horas, lo que significa que tenga que estar moviéndose continuamente: puede estar jugando tranquilamente, sentado con un objeto al que habla y con el que se ríe, y esos momentos exigen no interrumpir “su trabajo” ya que la necesidad de experimentación y descubrimiento podemos cortarla si distraemos al niño de su juego, y puede perder interés en el mismo.
Los espacios que se utilizan deben ser modificados según los objetivos. Montessori hablaba de los espacios preparados. Nosotros no podemos trabajar esta metodología en su totalidad, pero nuestros alumnos disfrutan en muchas ocasiones de esta maravillosa metodología con la que aprenden de forma individual y piden ayuda al adulto de referencia cuando la necesitan.
Un espacio de calma puede ser cualquiera y es necesario buscar en cada espacio “ese lugar” donde el niño pueda retirarse para tranquilizarse, para ver un cuento, jugar con un muñeco, o simplemente tumbarse y descansar un poquito. Todas las personas necesitamos esos momentos exclusivamente nuestros.
En casa, preparad el espacio de manera que tenga muy pocos objetos a su alcance y le permita centrarse en lo que tiene, o buscar otros recursos de distracción para investigar, experimentar y descubrir.
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