
Vigilar, SÍ. Controlar tanto, NO.
¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Nosotros? ¿La forma de pensar? ¿O, quizá, son modas?
En el tema de la educación de los hijos siempre aparecen personas a las que se les ocurre algo y todos vamos detrás como corderos. Sin embargo, hay otras personas que, ante las opiniones y las nuevas tendencias, se paran a pensar, reflexionan y saben decir “no” y toman sus propias decisiones ¿Qué es lo que tú prefieres para tu hijo?
Los niños son fuertes, nacen para sobrevivir y vivir. Son tan fuertes que luchan desde el primer día por salvar su propia vida, independientemente de que sean seres auténticamente vulnerables, ya que, si no hay una madre o un cuidador que les proporcione alimento e higiene y les favorezca el sueño, mueren.
Sin embargo, los niños crecen y no son algo que se rompa, porque no son de porcelana, ni de cristal. Los niños necesitan enfrentarse a las situaciones y no hay que envolverlos ni en mantillas ni entre algodones porque, cuando se caen, son capaces de levantarse y manifestar que les duele algo, bien porque se miran, se tocan la herida o salen corriendo hacia ti pero, si tú interrumpes el proceso normal del descubrimiento del impacto de una caída, la próxima vez, no querrá levantarse, llorará lo indecible, gritará como un poseso porque ve sangre y tú, en lugar de ayudarle con todos esos mimos, le estás perjudicando.
El niño necesita un proceso de acompañamiento, de comprensión, de ayuda, si es que la precisa, pero lo que no necesita es que tú le saques de todos los problemas. Es el niño el que debe ser capaz de buscar las estrategias de cómo resolver esos líos.
Un rasguño, un coscorrón o una caída le ayuda a comprender cuál es su límite y hasta dónde debe llegar. Un niño al que no se le permite que descubra sus posibilidades de acción, ¿cómo va a llegar en la vida a ser valiente y enfrentarse a sus propios problemas? Piénsalo, párate a reflexionar.
Cada vez que te metes donde no te corresponde, por ejemplo, cuando por ejemplo le han increpado y no has permitido que se defienda a su manera y haces comentarios creyendo que así vas a reforzar la autoestima del niño, logras dos cosas: la primera, que el niño se crezca y piense que lleva toda la razón, porque su adulto de referencia le ha protegido, defendido y, además, le ha reforzado, y la segunda, que cuando no tenga a ese adulto ahí y tenga que reaccionar, no lo pueda hacer, estrellándose, con lo cual su autoestima bajará, probablemente para no volver a subir, o después de mucho tiempo, porque nuestro pequeño será cobarde, no sabrá enfrentarse a situaciones y, lo más grave, no sabrá como resolverlas.
La educación respetuosa es aquella que pone límites, reflexiona con los niños verbalmente, da ejemplo de buenas actuaciones y es coherente y no es esa “que permite hacer a los niños lo que les dé la gana, cuando les dé la gana y de la manera que les dé la gana”.
Se están confundiendo gravemente los términos de ser respetuoso.
El respeto está en saber aceptar el criterio del otro, aunque no se comparta, pero atención, poniendo límites. Esto es, si tu hijo salta por un barranco porque no has puesto el límite de “no dejarle saltar”, se estrella y te quedas sin hijo. Entonces, ¿hay que poner límites?
Los padres no pueden (pueden, pero no deberían) contradecir a la persona encargada de la coeducación de su hijo en el ámbito escolar, por muchas cosas que se digan en un “grupo de WhatsApp”. Contrasta la información, habla con esa persona que todos los días está con tú hijo en el aula e indaga qué está pasando.
Los problemas de los niños, que los resuelvan entre ellos. No hay nada peor que los padres entren en estos conflictos (que normalmente no son relevantes). Cosa diferente es cuando existe un problema mayor. Entonces tienen que intervenir de forma inmediata todos los adultos profesionales que procedan para esa intervención concreta.
“Se lo voy a decir a mis padres”. Este es el ejemplo de una sobreprotección extrema en la que para los padres sólo existe su hijo, con sus circunstancias, y además siempre es el bueno y el que lleva razón.
No permitir que el niño se enfrente a la adversidad es meterle en una burbuja donde sólo existe un mundo propio y seguro para ese niño y no le permitimos que descubra lo que realmente es el mundo al que se enfrenta, lleno de adversidades, palabras malsonantes, injusticias, rechazos y mucho más.
La adversidad hace que “el miedo”, que es una emoción importantísima del ser humano porque permite mantenerte en guardia, esté cada día más presente y nos ayude a reaccionar de forma positiva, empática, solidaria o, incluso, nos permita proteger nuestra integridad personal ante un problema que se presenta en un momento dado o, incluso, varias veces cada día. Sin embargo, cuando los padres, o incluso la familia extensa, demuestran un miedo desproporcionado, el nivel de sobreprotección aumenta, siendo capaces incluso de enfrentarse hasta con su pediatra.
El mundo que nos rodea muchas veces hace daño. ¿Estamos preparando a los niños para que sean capaces de enfrentarse a él o, por el contrario, estamos preparando al niño para ser seres sumisos que no saben reaccionar ante los problemas?
El niño necesita que le ofrezcas todas las oportunidades posibles para que vaya resolviendo, investigando, experimentando, indagando, preguntando, observando y, de todo eso, pueda crecer en fortaleza, seguridad personal y personalidad propia.
Olvídate de “Pobrecito”. Dile “Toma tu mochila que nos vamos al colegio”, porque tiene que aprender a llevar su peso en la vida y no tener la conciencia de que los padres son sus criados. Si no actuamos así, somos nosotros los padres lo que estamos faltándole al respeto, a la valentía que deben presentar, y por supuesto, a la virtud de la fortaleza que nuestros pequeños deben conocer y afianzar: “Soy fuerte, valiente, respetuoso, sincero… “Tengo capacidad de ayuda y, por eso, ayudo en casa y a mis compañeros”. Resuelvo mis tareas porque soy responsable”.
¡Permítele que vuele! Si alguien se debe quedar en tierra eres tú.
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