
Reírle todas las gracias
Hoy queremos hablar de los momentos en los que los niños se hacen los graciosos, algo que en general nos hace sonreír, o incluso emitir una carcajada, pero ¿debemos reír todas las gracias que nos hace nuestro hijo?
Al niño le hace muy feliz ver que os reís con él, pero reírle todo puede tener la consecuencia de criar un niño consentido y maleducado al que poner límites después será realmente complicado.
Los niños derrochan energía y vitalidad, no paran de moverse, de gritar y de tocarlo todo y, generalmente, se muestran felices porque cualquier avance, logro o adelanto es un éxito nuevo y una conquista que les permite ser un poco más independientes cada día.
Por tanto, con estos avances el niño empieza a sentirse poderoso y repite y vuelve a repetir aquello que le sale bien y ha hecho gracia, pero no siempre lo que hace es realmente tan gracioso ni divertido porque, además, puede ser peligroso para él mismo.
Cuando el niño hace y deshace a su manera y los padres le decimos ¡qué bien!, ¡bravo, lo has conseguido! el niño va detectando el entusiasmo de los progenitores, ya que los niños son especialmente receptivos a las emociones y a la forma de actuar de sus padres.
La confianza del niño aumenta, y también la seguridad en sí mismo, porque sentirse querido y apoyado es lo que produce mayor estímulo y genera la necesidad de hacer, conseguir y descubrir cada día más cosas.
En muchas ocasiones, lo que al principio resulta muy gracioso y divertido al poco tiempo empieza a resultar gravoso y molesto, por lo que desde el primer momento deberíamos corregir esos comportamientos que por sentido común no son adecuados, ya que las risas, o el no ponerse de acuerdo entre los padres en ese aspecto, lo único que ocasiona es reforzar esas conductas inadecuadas.
Siempre se deben corregir sus malos comportamientos
No se puede estar de acuerdo con todo lo que hace vuestro hijo. Es cierto que ciertas trastadas o travesuras nos pueden hacer mucha gracia, pero si nos reímos reforzaremos ese mal comportamiento o esa conducta inadecuada que pasará de ser muy divertida a ser insoportable y muy molesta. En resumen:
- Cuanto más tiempo se deje pasar, más difíciles serán de eliminar.
- Cuando les reímos la gracia les estamos dando un signo de aprobación.
- Hay que vigilarle, pero sin que se sienta vigilado.
- Cuesta mucho, pero hay que poner límites al niño.
Muy importante: Ser coherentes
- Si mamá dice “no”, papá no puede decir “sí”.
- Lo que está mal hoy estará mal mañana y pasado y todos los días.
- Pocas normas, pero muy claras e inflexibles. No ceder.
- Repetir y recordar continuamente los límites que hayáis puesto. No os debéis cansar, porque son niños y lo intentarán mil veces, no porque desobedezcan sino porque “se olvidan”.
- Las lágrimas no nos deben ablandar. Mantenernos en nuestro lugar para ganarle en esa batalla que nos está declarando.
Que aparentemente le prestes menos atención, no significa que haya menos vigilancia
- No debes permitir que interrumpa una conversación. Debe aprender a esperar, por ejemplo, en una conversación de teléfono o presencial.
- Evitad que sea siempre el foco y centro de atención, pero vigilando siempre, aunque evitando que lo perciba, porque podemos tener un problema importante si no lo hacemos.
Disfrutaremos y nos reiremos con el niño en los momentos de juego, del baño, la comida, con cada meta que alcance, pero pondremos los límites adecuados y evitaremos tener un niño mimado, egoísta y, en muchas ocasiones, manipulador.
¡¡Ánimo!! Esto se complica conforme van creciendo pero os recuerdo que la virtud de la paciencia es necesario trabajarla y fomentarla como padres que somos.
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