
Autoridad de los padres
La necesaria autoridad de los padres con los hijos.
El buen ejercicio de ejercer autoridad en la familia y en los centros educativos es absolutamente necesario.
La autoridad no es conseguir que los niños hagan las cosas por imposición y con miedo sino que la autoridad es lograr el respeto de los hijos gracias a la capacidad de escucha, establecer la comunicación de forma adecuada, dejar hablar y razonar de forma fundamentada aquello que está bien y aquello que no está tan bien o simplemente está mal.
La autoridad implica tener en cuenta siempre el punto de vista del hijo y conseguir lo que queremos respetando la libertad de las personas siempre que lo que se haga sea coherente y no dañino para el resto de las personas que se encuentran a su alrededor.
La autoridad no es un privilegio de los padres, es un medio para educar y no es un fin en sí misma. Es un instrumento, un medio de y para el proceso de la educación.
Autoridad es desarrollar, aumentar, hacer crecer las capacidades del otro. Animar, dar aliento para que crezcan y mejoren como personas.
Los padres deben influir en sus hijos de una forma positiva para que aprendan a hacer un buen uso de su libertad y eso se hace porque se quiere a los hijos.
La autoridad se ejerce de muchas maneras por ejemplo con el consejo.
Los hijos necesitan tener el referente de la autoridad y la autoridad no se opone a la libertad de los hijos. Hay que saber mandar, prohibir, exigir e incluso castigar si fuera necesario ya que la autoridad es una ayuda para que la persona crezca en libertad como ser libre y único que es.
Los padres somos el referente fundamental de nuestros hijos y los referentes tienen autoridad en su ejercicio.
No exigir a nuestros hijos y no querer influir en ellos y sus decisiones supone creer que el comportamiento espontáneo es suficiente para que mejoren como personas, pero los niños no son espontáneamente lo que deben ser y es necesario intervenir en su vida. Si no se hace, dejar hacer, dejar pasar y no poner límites es equivalente a no educar y no ejercer como padres.
La autoridad de los padres es para los hijos un impulso para desarrollar sus capacidades, por ejemplo en la toma de decisiones, algo fundamental para la vida, es también un refuerzo de los buenos comportamientos y hace posible el desarrollo de hábitos de obediencia, respeto, orden y disciplina entre otros.
La autoridad es un apoyo imprescindible para que el niño se sienta más seguro y gane confianza en si mismo. A los niños les gusta sentir la protección de la autoridad. Los niños sobreprotegidos y mimados suelen ser bastante menos felices.
Para ejercer la autoridad hay que saber mandar y saber escuchar.
Con la autoridad no se busca una obediencia ciega si no lo que se pretende es obtener una obediencia inteligente sabiendo por qué se obedece.
Hay que enseñar a obedecer con autonomía y responsabilidad y esto conlleva diversas conductas a seguir y por supuesto conductas a evitar.
Saber mandar exige sobriedad y eso exige no intervenir sin necesidad, no mandar por el simple hecho y gusto de mandar. Se trata de evitar la órdenes que no sirven para nada y emplear el menor número de palabras y gestos en cada indicación. Lo que se puede decir con una palabra no hay que decirlo con dos.
La claridad es clave. Explicar bien lo que se manda y por qué se manda y a veces hay que pedir que nos expliquen lo que tienen que hacer para comprobar que lo han entendido bien.
Hay que mandar con la seguridad de ser obedecido y esa actitud debe ser percibida por los hijos.
Hay que comunicar con firmeza y seriedad, pero sin ser duro ni desagradable: saber lo que se quiere y quererlo de verdad y no mostrar dudas en cuanto al cumplimiento por parte del hijo.
Evitar dar las órdenes con tono suplicante, insistir varias veces en lo que se ha mandado o comprar la obediencia es un error porque debilitan la autoridad de los padres.
Hablar a los hijos en tono brusco y autoritario, con gritos y amenazas es signo de debilidad, hay que mantener el dominio de si mismo y la serenidad. El tono de voz, hablar en voz baja será garantía de éxito.
Siempre hay que mandar aquello que los hijos puedan hacer y darnos cuenta de cuándo queremos que hagan algo que nosotros padres no hacemos tan bien, así como reconocer la imperfección natural porque es motivo de mejora.
Y por supuesto, conocer las fortalezas y debilidades de cada hijo para mandar a cada uno lo que realmente puede hacer, evitando que surjan comparaciones entre ellos y dando y pidiendo a cada uno lo suyo.
Juan García Gómez & Verónica García Notario
Leave a Reply