
La importancia de una adecuada integración sensorial
De cómo una persona adquiera el control de los llamados sentidos del cuerpo va a depender su desarrollo cognitivo, motriz, social, lingüístico y, evidentemente, sensorial.
Todos los desarrollos del ser humano se encuentran interrelacionados, independientemente que unos se adquieran primero y otros, en función de la adquisición de los primeros, después.
Para alcanzar un nivel cognitivo adecuado el niño debe tener adquirido el control de su cuerpo. Dicho control estará adaptado a su edad madurativa, que no tiene por qué corresponder con la edad real del niño.
Un niño puede estar en un grado de desarrollo más o menos avanzado en función de sus capacidades y, según éstas, sus éxitos serán mayores o menores, pero, en cualquier caso, serán logros.
La integración sensorial hace referencia a la forma en la que el cerebro es capaz de descifrar la información externa que recibe de los sentidos del cuerpo. Los más conocidos son el gusto, el tacto, el olfato, el oído y la vista, pero también existen el sentido del equilibrio, conocido también como vestibular, y el que reconoce la postura en la que se encuentra nuestro cuerpo con respecto al espacio que nos rodea, conocido como propioceptivo. En función de cómo sea dicho proceso de integración en el cerebro el desarrollo de la persona será más o menos positivo.
Cuando se manifiesta algún déficit en el procesamiento sensorial podría haber alguna posible patología, como por ejemplo el TEA, Trastorno del Especto Autista, o el TDA, Trastorno del Déficit de Atención, y que esa persona necesite atención especializada.
Un trastorno de este tipo genera en el niño dificultades importantes para desenvolverse en las tareas ordinarias o en la capacidad de relacionarse con los otros. Incluso puede ocasionar problemas de comunicación que le impidan expresar lo que quiere, lo que necesita o lo que siente.
Un déficit en el procesamiento sensorial de los niños puede manifestarse con reacciones muy extremas: hipersensibilidad y, por lo tanto, mostrar reacciones desproporcionadas, o hiposensibilidad, y no reaccionar ante nada ni ante nadie, lo que se conoce como reacción ausente.
Puede darse también que ante ciertos alimentos demuestren mucho asco, llegando incluso a tener vómitos, que no realicen una coordinación óculo manual adecuada, que no sean capaces de realizar la pinza digital y lo que cogen se les caiga continuamente o rompan cosas, e incluso, en el aspecto motriz grueso, que se encuentren carentes de un adecuado equilibrio o coordinación, o ambas cosas.
Cuando los estímulos no les llegan adecuadamente, o les cuesta percibirlos, los niños suplen la falta de información con movimientos repetitivos, como son los balanceos hacia adelante y hacia atrás o los aleteos de brazos y manos, las vueltas sobre sí mismos, los movimientos rotatorios de cabeza (en algunos casos son los ojos los que giran) y las vocalizaciones constantes, con o sin interrupción.
Fases en la estimulación de la integración sensorial
Para lograr una adecuada integración sensorial hay que trabajar desde el mismo día del nacimiento: envolverlo y mecerlo suavemente, dar el pecho y mantener la mirada sobre los ojitos del niño, acariciarle, y darle masajes en dirección céfalo caudal, despacito y con mucha delicadeza, con la finalidad de que el niño perciba sensaciones diferentes: el calor de las manos, las cosquillas o, en definitiva, el bienestar en general. Desde el principio hay que fomentar lo sensorial y lo motor, pero, sobre todo, desde el momento en el que el niño empieza a girarse, a buscar con su cabeza, a voltearse o comienza a reptar.
Entre los 6 y los 18 meses es el momento de intensificar estos desarrollos y fomentar al máximo la capacidad de exploración del niño para que, poco a poco, descubra diferentes posibilidades que le permitan avanzar, manipular, encontrar objetos, agarrarlos, moverlos, sentirlos y escucharlos.
El proceso de la alimentación juega un papel primordial en este proceso de integración tan necesario, porque tienen que adquirir movimientos específicos para mover la comida en la boca y ser capaces de gestionar la deglución y, en caso de ligero atragantamiento, toser para solucionar el problema. Ofrecerles trocitos muy pequeños de diferentes sabores, colores y texturas les permitirá diferenciar la forma de discriminar, ya que los alimentos presentan muchas diferencias de forma, textura, dureza o tamaño. En consecuencia, será necesario que el niño abra más o menos la boca o utilice sus manos para adaptarlas a lo que se encuentra delante: no es lo mismo intentar coger un guisante que un trocito de pollo que no rueda.
La reacción a los diferentes sabores producirá sensaciones placenteras o de asco. Por tanto, aceptará el alimento o no lo aceptará, hará por llevarlo a la boca o lo rechazará tirándolo, o simplemente lo tocará y lo destrozará sin hacer intención siquiera de llevárselo a la boca. En el caso de los niños, desconocemos cómo van a reaccionar ante la toma de contacto de un alimento nuevo, por lo que habrá que ofrecérselo varias veces hasta que lo acepte, o quizá haya que dejar de insistir porque ese alimento no le es grato y lo rechaza continuamente.
A partir de los 15 meses el mundo del niño se amplía enormemente. Su capacidad de independencia y autonomía ha aumentado considerablemente y sólo quiere moverse, descubrir e investigar. Hay que dejarles que actúen, no limitar sus movimientos, permitir que toquen juguetes y objetos, como una pelota, pero también tierra mojada, estando siempre atentos para que no se lleven a la boca nada que les pueda hacer daño, pero ¿cuántos no hemos probado y comido la arena de la playa? Todo lo que no permitamos hacer a los niños por miedo y exceso de protección son bloqueos que se les van poniendo, lo que va a impedir un desarrollo natural del niño.
Entre los 18 meses y los 24 el niño cada vez es más consciente de todo lo que sucede a su alrededor. Muchos comienzan a hablar o saben expresarse de forma excelente con gestos y miradas. En estos casos, a pesar de que nos haga mucha gracia, debemos esforzarnos porque el niño comience a expresarse verbalmente y vaya utilizando palabras o formando, incluso, frases de dos palabras, para lo cual debemos enriquecer día a día su vocabulario.
El sentido de la propiocepción (sentir su propio cuerpo) va a permitir que el niño dé un paso adelante y sea capaz de comenzar con el control de esfínter. En el momento en el que ese control es total podemos empezar a pensar que tenemos una persona muy capacitada para desenvolverse en muchas acciones por sí misma y sin ayuda. Como decía María Montessori, “Toda ayuda innecesaria limita al que la recibe”, una frase que tiene un trasfondo muy importante:
- ¿Por qué ayudas a vestirse o desvestirse al niño si es capaz de hacerlo solo? Lo mismo con la comida o recoger sus juguetes y sus cuentos.
- ¿Por qué le llevas en el carro si el niño es capaz de andar y de correr sin ayuda? Si se cansa, permite que descanse y evita las prisas, así como cualquier comentario de impaciencia tan habitual en el adulto.
- ¿Por qué le das de comer si es capaz de coger la cuchara o comer con la mano? Permítele comer a su ritmo y acepta que ensucie. No pasa nada y cada vez manchará menos porque controlará más.
- ¿Por qué lo levantas si se puede levantar solito? Una persona fuerte se cae, lucha y se levanta. En ocasiones sí se necesita ayuda, pero no siempre.
Podríamos poner centenares de ejemplos de cómo limitamos a nuestros pequeños en sus acciones espontáneas, bien porque los sobreprotegemos, bien porque tenemos prisa o, por el contrario, porque no nos conviene que haga algo que nos incomoda y molesta.
Si no permitimos la libertad en la acción, la evolución del niño y la adecuada integración de los sentidos que proporcione información al cerebro para progresar en las diferentes áreas de desarrollo se verán deteriorados y la persona tendrá carencias en el futuro: no será capaz de vestirse con criterio y adecuadamente, comerá de forma desordenada, no guardará el turno y, muy posiblemente, tendrá comportamientos extremos: será un niño impulsivo o retraído, la vinculación no será la correcta y las relaciones sociales con sus iguales podrán verse perjudicadas.
Cuando nos encontramos con un niño que muestra comportamientos no habituales hay que acudir lo antes posible al pediatra, consultar con otras personas que pasan tiempo con él, como sus maestros en el caso de que asista a la escuela, y poner el remedio a la mayor brevedad posible, porque cuando una posible patología se coge a tiempo lo normal es que, aunque sea lentamente, se vean progresos muy favorables. Cuanta más edad tiene una persona, más difícil corregir ciertas dificultades.
Actualmente tenemos muchos medios para conseguir mejorar esas carencias de estos niños:
- Los fisioterapeutas del desarrollo motor y cognitivo.
- Los terapeutas ocupacionales, que ayudan a que la persona aprenda a ser independiente y a poder realizar acciones cotidianas por sí misma.
- Los logopedas, que ayudan en el desarrollo del lenguaje.
- Pediatras y neurólogos, que realizan todo el seguimiento fisiológico del niño.
- Centros de atención temprana, que integran todas las ayudas necesarias para que estos niños progresen.
Y, por supuesto, no nos podemos olvidar de la importancia que tiene la escuela infantil en todo este proceso de integración. La escuela infantil es un lugar donde el niño disfruta de un tiempo en el que se siente libre, donde se relaciona con otros iguales, aunque esté en su peor momento de egocentrismo, y dónde, además, aprende a dormirse sin ayuda, a respetar turnos y a esperar, a beber sin ayuda de su vaso o botella, a dejar las cosas en su sitio, a comer y a interiorizar hábitos correctos de higiene.
En la escuela infantil se ha de estimular de forma ordenada y facilitar a cada niño, en función de sus características personales, todos los apoyos que le resulten necesarios. Es el lugar idóneo para dejarles que actúen, para no meterles prisa y para permitirles que acaben a su ritmo todo lo que han comenzado a hacer. En definitiva, un lugar para desarrollarse y sentirse felices.
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