
Alimentación Infantil
Un tema que preocupa muchísimo y que siempre rematamos de la misma manera: el niño tiene que comer sí o sí. Pues no es exactamente así.
La comida es algo muy delicado y podemos producir problemas psicológicos muy importantes si no lo gestionamos adecuadamente.
Cuando un niño come poco, según nosotros, seguramente es que no necesite más. Cuando tú no tienes hambre, ¿sigues comiendo?. Seguro que no, pero al niño pretendemos darle y darle conforme a los cánones establecidos según la edad y el peso.
No todos somos iguales. Altos, bajos, delgados, gordos… y todos en una sociedad en la que el exceso de peso no entra en juego, pero en la que, sin embargo, y paradójicamente, existe mucha obesidad infantil. ¿Por qué?
La alimentación durante los primeros años de vida está cada vez más controlada y con más restricciones: no sal, no azúcar, no hoja verde, no bollería industrial, no carnes procesadas, y lo mismo con cientos de productos más. Sin embargo, parece que cuando los niños llegan a la escolarización en el segundo ciclo de infantil todo lo anterior se nos olvida y empezamos a relajarnos: que si un zumito, que si un donut, que si una magdalena, que si chocolate blanco, que si los cereales de moda para el desayuno…
Para los padres, uno de los episodios más dramáticos es la hora de comer. Te encuentras a toda la familia luchando para que el niño coma, y para ello se utilizan cientos de distractores, de manera que el niño no se centra en lo importante, que es comer y masticar (esto último es fundamental para un adecuado desarrollo del lenguaje). Esta escena se repite día tras día. Da lo mismo utilizar muestras de cariño, halagos, promesas o amenazas. El niño no abre la boca. Es más, cuanto más insistimos, más rechazo vamos a tener.
Como consecuencia, solemos pensar que el niño está mal alimentado “porque no come nada” pero, sin embargo, el resto del día, fuera de esas horas horribles que tienen que ver con la comida, el niño se ríe, está alegre, juega, corre, se mueve sin descanso, algo que nos hace recordar una famosa frase que utilizamos mucho los españoles: “Este niño vive del aire”.
Comer es una necesidad fisiológica destinada a nutrir el organismo, por lo que dependerá del desgaste orgánico que la persona tenga y, durante la infancia, del peso y la altura que tenga el niño.
Las personas hemos hecho de la alimentación un comportamiento social, algo que perjudica enormemente a las necesidades reales de nutrición de cada persona individualmente. Comemos un alimento en concreto porque lo comen todos, por lo que consideramos que nosotros también debemos tomarlo.
Alimentarse es el único acto fisiológico que la persona realiza delante de otros y se ha convertido en un rito de relación interpersonal. Por eso es probable que en la escuela infantil o en el colegio los niños pongan menos pegas para comer lo que se les ofrece sin ofrecer más opciones.
Los horarios de las comidas en los niños son relativos, porque todo va a depender de la demanda del niño y de sus ritmos, por lo que puede ser que en una toma coma más que en otra, aunque tendamos a pensar que la cantidad que tenemos que preparar debe ser siempre la misma. Lo más probable es que, a excepción de los niños que todavía siguen mamando, que toman a demanda y sacan lo que necesitan, los otros se queden saciados con menos cantidad, o a veces se queden con hambre y, por tanto, incómodos hasta que se les ofrezca la siguiente toma.
Conforme crecen, la demanda de comida será mayor (sorprenden las cantidades tan grandes que los niños de 2 y 3 años son capaces de meterse en el cuerpo), algo normal porque el niño tiene necesidades energéticas mucho más importantes que las del adulto (“este niño come mucho más que yo”).
Es importante que tengamos en cuenta que, al ser su tamaño muy inferior al del adulto, también será inferior el número de calorías que tenga que ingerir a lo largo del día para cubrir su adecuada nutrición.
A los ojos del adulto, el niño comerá “lo que le apetece”, pero la verdad es que el niño comerá “lo que su cuerpo necesita”, y a veces eso sólo será una sopa, y no con el filete que queremos que se coma a continuación, por lo que es muy importante, si tanto nos preocupa, que lo que queramos que coma vaya todo en ese primer plato, por si acaso su cuerpo no admite el segundo.
¿Merece la pena pelear por la comida? Creemos que no.
En ocasiones se come o se pica a deshora, algo que también hace el niño, y eso que se ha comido ya forma parte de la ingesta diaria de necesidad calórica, tanto del adulto como del niño.
La comida es un momento complicado si el niño advierte que es un “momentazo” para tener a sus padres en vilo, a su abuela o a la persona que en ese momento esté con él en la mesa.
Por esta fase de horror pasan en algún momento todos los niños, porque en realidad es una fase necesaria en el establecimiento de patrones afectivos con los seres más próximos. El niño descubre que durante un tiempo, a veces muy prolongado, tiene a un adulto de referencia exclusivamente para él, algo que para él es muy interesante: esta persona (padre, madre o abuela) es mía, sólo mía y voy a hacerle la vida imposible (podríamos decir, incluso, voy a “esclavizarla”).
En la escuela o en el colegio no hay una persona exclusivamente para el niño, por lo que su sentimiento es diferente. Se encuentra integrado en un grupo donde, por más que la monte, no le van a dar la importancia que le dan en casa, por lo que su actitud se va a ver modificada de forma radical.
Cuando vamos al pediatra porque el niño no come, éste realizará una valoración del peso y la talla, pero sobre todo valorará su estado psicológico: un niño malnutrido normalmente está triste, es huraño y no suele realizar actividades normales de forma espontánea.
Es muy raro que uno de nuestros niños esté malnutrido, pero no es raro que den mucha guerra a los padres con este tema. El niño come probablemente a deshora, no tiene rutinas, pero lo que come es suficiente para él, y así habrá que respetarlo e ir dándole tiempo.
Es muy probable que cuando un niño ha estado malito tenga algunos días de inapetencia. Eso hay que respetarlo, porque también nos pasa a los adultos, así que conforme el cuerpo se vaya reequilibrando el niño comenzará de nuevo a comer. Algo que nunca podemos perder de vista es la hidratación. Ésta es mucho más importante que propiamente la alimentación. El cuerpo, para vivir, necesita líquido, agua en estos casos.
Algunas pautas y consejos para los padres y el resto de la familia:
- Cuando un niño no quiera comer, lo normal es que no tenga hambre.
- No alargar el tiempo de la comida más allá de los 30/35 minutos, tiempo en el que se animará al niño a comer. Transcurrido este tiempo, retirar el plato sin explicaciones.
- Vigilar que el niño no coma entre horas. Se tiende a ofrecer alimento en el intervalo que hay entre las comidas con el fin de compensar lo que no ha comido cuando debería haberlo hecho.
- No sustituir una comida que rechaza por una que le encanta. El niño debe probar de todo. Poca o mucha cantidad, pero variado y surtido.
- No chantajear al niño y evitar hacer comentarios sobre la comida. Hablemos de otras cosas que le puedan resultar atractivas e interesantes, no de la comida ni de lo rico que está lo que viene después.
- Dar la importancia justa al acto de comer. Eso sí, vigilar que no se atragante.
- Es muy bueno comer en familia, lo que requiere cuadrar horarios, algo que en la vida actual es complicado, pero siempre nos quedan los fines de semana y las cenas. Además, del resto de la semana ya se encarga la escuela infantil o el colegio.
- Deberíamos lograr que el niño haga 5/6 comidas de poca cantidad, pero de mucha calidad, de manera que mantengamos en funcionamiento su organismo.
Si se siguen estas pequeñas normas por parte de todos los que rodean a este supuesto “mal comedor” podremos comprobar cómo mejora y regulariza sus comidas de forma progresiva, sin agobios y sin disgustos.
Comer es una actividad más y, como tal, debe ser siempre una de las muchas actividades que el niño realice a largo del día.
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