
Sobreprotección = Error
Ayer 17 de noviembre fue el día del niño prematuro y quizá os preguntéis, ¿qué tiene que ver esta información con el título de esta entrada?
Cuando nace un hijo, la perspectiva de los padres cambia de forma radical. Dejamos de pensar en nosotros mismos para vivir y proteger a esa criatura tan pequeña cuya supervivencia sería imposible sin nosotros.
Desde el primer segundo, sobre la piel de su madre y bajo la atenta mirada del padre, sus cabezas ya empiezan a dar vueltas sin necesidad de emitir palabras: ¿Esto es mío?, ¿Le haré daño al cogerle? ¿Cómo me voy a apañar para manejar algo tan pequeño y que además se mueve? Y así, cientos de preguntas a las que inicialmente no se les puede dar respuesta.
Desde ese momento comenzamos a proteger a nuestro bebé: estamos pendientes de si respira, si se mueve, llora, tiene hambre, duerme, etc.
Le cambiamos de postura, le miramos cien veces el pañal, le tratamos como una figura de porcelana que fuera a romperse, y como precisamente eso es lo que no queremos, protegemos y protegemos a esa persona que no tiene precio y es lo más valioso del mundo para nosotros.
Ahora entramos en materia. ¿Está bien proteger? ¡Por supuesto, es nuestra obligación! ¿Está bien sobreproteger? Pues nosotros creemos que no es bueno para la salud emocional de nuestros pequeños.
Los padres se plantearán: ¿Cómo sé si estoy protegiendo o sobreprotegiendo? Verdaderamente, puede ser realmente complicado tenerlo claro, porque con los hijos no es nada fácil ser objetivo.
En muchas ocasiones deberíamos trasladar ciertos comportamientos y formas de actuar del corazón a la cabeza, pero eso con los hijos es misión imposible, por lo que sólo nos queda agarrarnos a algo que los humanos tenemos bien desarrollado, el sentido común.
Cuando el niño se pone malito, se cae y se hace daño, llora y llora y no sabemos por qué lo hace, no quiere comer, grita, nos rechaza, o mil cosas más, empezamos a sentir ansiedad, y en ocasiones mucho miedo y preocupación, y estas cargas emocionales nos pueden llevar a poner en marcha la sobreprotección del menor.
Entonces, nos podemos preguntar, ¿Cómo lo hago? Dar respuesta a esta pregunta es realmente complicado.
Inicialmente podemos pensar que ciertas actuaciones que tenemos con los niños son buenas, que ayudamos al niño a encontrarse mejor y que hemos solucionado su malestar. Sin embargo, cuanto más facilitamos la vida a nuestro pequeño, menos favorecemos su progreso natural en algo tan importante como es el ser independiente.
La sobreprotección genera problemas vinculares y no permite el desarrollo de las habilidades naturales en el niño porque se lo encuentra todo hecho, facilitado, nos adelantamos a sus necesidades, no les damos tiempo a que él actúe por su cuenta porque “¡pobrecito, es tan pequeño!”.
También es necesario hablar de los problemas de conducta que muestran muchos niños cuyos padres consideran que ponerles límites o decirles “no” les va a perjudicar. Esa falta de límites puede llevarlos a tener problemas mayores, y más vale prevenir que no tener que llorar en un futuro.
El objetivo es ayudar a los niños a progresar, a dar pasos por sí mismos sin necesidad de que pierda la seguridad de que estamos ahí.
Poco a poco tenemos que ir marcando pequeñas distancias, vamos a proporcionar tranquilidad, pero permitiéndoles el enfrentamiento a esas cosas nuevas, vamos a evitar los consuelos que impliquen problemas mayores, y vamos a animarlos y comprenderles, porque es importantísimo en los momentos en los que tienen que enfrentarse a situaciones nuevas que tanta inseguridad y miedo les generan.
Sabemos que el niño tiene una carga de ansiedad importante y que no debemos incrementársela, y precisamente eso es lo que consigue el efecto sobreprotección. Por supuesto que estamos preocupados, pero tenemos que saber que la decisión que adopte es buena para el desarrollo de nuestro hijo y debemos mostrarnos tranquilos, positivos y hablar con el niño de ello de forma pausada, razonada y, por supuesto, desde la positividad y la alegría.
Los berrinches, las rabietas, los enojos son comportamientos absolutamente normales, aunque nos preocupen, porque nos perdemos, no sabemos qué hacer ni cómo controlar semejantes pataletas y, aunque son momentos en los que no se puede hacer mucho, lo que sí se debe hacer es establecer reglas claras, ser coherentes y no llevarnos la contraria entre los progenitores: hay que aguantar el chaparrón.
Debemos dejar que nuestro hijo se equivoque, que tropiece y se levante siempre que no corra riesgos, y no intervenir para que vaya rectificando en su forma de hacer de forma consciente y responsable. Si pide ayuda, debemos dársela, y si se considera que puede hacerlo, animarle a que lo intente de nuevo porque ayudarle en algo que el niño puede hacer por sí mismo es perjudicar su autonomía: otro error grave de la sobreprotección.
Y ahora es cuando quiero volver a la primera frase de esta entrada: cuando hay un niño que por circunstancias parece que va más despacio, que la edad real no coincide con la edad biológica, no debemos protegerle más de lo que lo haríamos con un niño nacido a término. Hay que poner todos los medios humanos y materiales para que avance y se desarrolle en todas sus capacidades lo antes posible: sin prisa, pero sin pausa, pero dejándole que progrese libremente, lo que permitirá que crezca en autonomía y felicidad.
Dos de las características más relevantes e importantes del ser humano son la libertad y la voluntad, y estas se adquieren bajo la protección (no sobreprotección) y el amor paterno filial habitual en el entorno de nuestros pequeños.
Un niño sobreprotegido no es libre, un niño sobreprotegido no adquiere la virtud de la voluntad guiada por el raciocinio, sino que lucha por hacer su propia voluntad cuándo y cómo le da la gana, teniendo bajo su control a todos los de su alrededor.
Los niños crecen y de cómo sea su crianza serán sus comportamientos futuros comportamientos. Reflexionemos: ¿Protejo o sobreprotejo?
Leave a Reply