
Inteligencia espiritual
Inteligencias múltiples
Hace ya bastante tiempo que no sólo se habla de ellas, sino que en los centros educativos se trabaja con los niños teniendo en cuenta las diferentes inteligencias que fueron definidas por Howard Gardner.
Cada persona en su singularidad es más inteligente en unas áreas que en otras y aquellos que destacan “en todo” o “casi todo” son generalmente personas definidas como personas de altas capacidades.
Por este motivo, aparte de otros, los educadores y maestros debemos trabajar teniendo en cuenta la diversidad en el aula.
Nuestros alumnos serán del mismo año de nacimiento, pero las capacidades y potencialidades de cada uno son diferentes, aparte de las diferencias debidas al momento evolutivo en que se encuentren, dado que no es lo mismo nacer a principios que a finales de año. Debemos atender, por tanto, a cada uno en su singularidad e individualidad y a lo que cada uno necesita en cada momento y para eso hay que conocer perfectamente a nuestro alumnado.
La intención de este brevísimo artículo no es la de hablar de estas inteligencias porque hay tanto escrito que quien quiera profundizar sobre ello sólo tiene que abrir el inmenso mundo de internet pero sí vamos a reflexionar sobre cómo puedo atender bien y adecuadamente a todo el alumnado en general y a cada uno en particular.
Cada niño, cada niña, necesita algo que su igual quizá lo necesite de otra manera y por eso hay que adaptar nuestra forma de trabajar con ellos.
Conocer al alumnado es nuestro gran reto, además de quererlo y respetarlo como personas pequeñitas pero llenas de sentimientos que, debido a la edad que tienen, no saben gestionar la mayor parte de las veces.
Estos sentimientos se pueden definir como Inteligencia Espiritual, concepto que desde el año 2002 queda definido por el filósofo Francesc Torralba en el libro Inteligencia espiritual como una necesidad primaria o una pulsión fundamental en el ser humano.
Es necesario preguntarse cómo se puede fomentar la adquisición de esa necesaria inteligencia espiritual en un mundo donde se va tan deprisa, donde cuesta adquirir una adecuada educación en valores, donde cuesta ser observador y, algo muy importante, donde ha disminuido tanto la capacidad de asombrarse.
Si observamos a los niños, y permitimos que se críen como niños, nos darán lecciones impresionantes ya que sólo ellos son capaces de demostrar a los adultos de forma continua lo fácil, interesante y divertido que puede llegar a ser fijarse en detalles tan pequeños como por ejemplo: “mira esta hoja”, «es de noche», «el perro ladra», «la luna», “mira este bichito”, etc.
Si somos sensibles a esa apertura del niño disfrutaremos con él y lograremos que continúe adquiriendo, desarrollando y afianzando la capacidad de asombrarse y aumentar la curiosidad por todo lo que le rodea.
Además, esa capacidad le llevará a desarrollar y mejorar su capacidad de lenguaje comprensivo y expresivo, la capacidad de reflexionar, de razonar, de querer aprender y de querer hacer, porque se encuentra motivado por una fuerza interior tan fuerte que es capaz de obviar todo lo externo que pueda interrumpir sus ganas de aprender aunque el no sepa que está aprendiendo de esta manera.
La inteligencia espiritual es la que nos ayuda a entender el mundo, a ser creativos, a empatizar con el otro y a practicar la escucha activa, a ser flexibles, a tener conciencia de uno mismo.
Gracias a ella somos capaces de ver las relaciones que hay entre las diferentes cosas, a tratar bien el mundo que nos rodea comenzando por el más cercano, a incrementar la conciencia del valor que tienen las cosas y que se deben cuidar. En definitiva, esta inteligencia es la que nos lleva a afianzar los valores humanos y crecer siendo mejores personas.
Una última reflexión:
- ¿Somos capaces de respetar el silencio del niño o lo interrumpimos?
- ¿Les invitamos a pararse, a reflexionar, a recapacitar, a darse cuenta de lo que realmente está sucediendo a su alrededor, a ser críticos…?
Si les permitimos estar tranquilos vamos a fomentar el interés por lo que tienen a su alrededor y preguntarán muchas cosas a las que hay que dar respuesta siempre y, en otras ocasiones, llegarán a sus propias afirmaciones y conclusiones.
Por tanto, educadores, maestros y padres, dediquemos unos minutos a pensar en silencio: ¿estoy siendo buen ejemplo?
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