
El “no” ayuda a educar
Comenzamos con una reflexión: la educación es un proceso que no termina nunca.
¿Cuándo comienza o debería comenzar la educación de un niño? En nuestra opinión, se empieza a educar antes del nacimiento del bebé debido a las ideas preestablecidas que tienen los padres sobre qué es la educación.
¿Qué hacer ante una situación específica con un bebé en una edad determinada? Pues, lamentablemente, no hay reglas ni terapias milagrosas.
Cada persona es única, irrepetible y singular, ni siquiera los gemelos idénticos tienen la misma personalidad ni temperamento. En función de todas esas características personales, serán más o menos permeables.
Cuando tenemos varios hijos o un aula con un grupo de alumnos, ni sirve ni es justo tratar a todos por igual. Tendremos muchas más probabilidades de éxito si nos ocupamos de conocer a cada uno para orientarles en función de sus propias características sin hacer comparaciones ni igualar exigencias.
Para concretar algunos de los principios fundamentales en el proceso educativo, podemos decir que es necesario poner límites, normas básicas, reglas claramente definidas para facilitar el crecimiento como personas, la convivencia como seres humanos, nuestra responsabilidad con el medio que nos rodea, la alegría, la felicidad, la sensibilidad, etc. En definitiva, que dicho proceso nos ayude a vivir nuestra vida.
Las normas no anulan a la persona, al contrario, permiten ser auténticamente libre en un mundo en el que la competencia es feroz. ¿Quién puede imaginar una gran empresa con ausencia de normas, sin reglamento, sin objetivos de saber hacia dónde se va y qué se quiere conseguir? Pues en un entorno familiar o escolar es lo mismo, deben existir las normas y deben respetarse porque no hay nada que desconcierte más a los niños que la ausencia de normas.
Educar en y con sentido común.
Creemos que no se debe confundir como progresismo la ausencia de normas o como tradicionalismo la regulación.
Debido a toda la influencia externa y el exceso de medios tecnológicos que tenemos todos a nuestro alcance, consideramos que los niños tienen, precisamente como consecuencia de esa total disponibilidad, la vida más difícil y complicada que cuando la información y las reflexiones necesarias de los padres o maestros llegaban en su momento, ni antes ni después.
Actualmente los adultos representamos la confusión, la tolerancia, la falta de respeto en muchos casos, la incoherencia a la hora de decir hoy una cosa y mañana otra o de consentir algo uno de los progenitores y el otro no, y todo eso genera en los niños cansancio, resignación, pesimismo, llegando incluso “a quedarse sordos” porque a veces se sienten desbordados y perdidos, simplemente porque necesitan mucho más de nosotros como adultos y de nuestro tiempo.
Debemos distinguir lo aparentemente urgente de lo que es realmente importante.
Debemos ser nosotros los que descubramos, a través de la observación de los niños, cuál debe ser nuestra ayuda para prestársela y ser capaces de descubrir cómo el niño aprende desde el momento que nace.
En el momento actual podemos pensar que cada vez hay más niños problemáticos o, sin embargo, podemos reflexionar y considerar que nuestra forma de educar y el exceso de condescendencia hacia ellos no favorecen, en absoluto, su desarrollo como personas educadas, autocríticas y capaces de modificar su conducta.
Estamos en una sociedad en la que los niños vienen porque queremos que vengan y consideramos que ya estamos preparados para afrontar el proceso de enfrentarnos a una criatura y disfrutar de ella, después de haber intentado alcanzar nuestro crecimiento personal en el trabajo, en la escala social o haber disfrutado de nuestro ocio o de otros intereses.
Esa programación tan exhaustiva para encontrar el momento para engendrar a un hijo genera que la crianza después sea sobreprotectora en exceso, ya que en muchos casos hemos programado que exista una sola criatura en nuestro núcleo familiar.
Hace algún tiempo que venimos observando que cada vez más hay más problemas de adaptación. Se están dando bastantes casos de ansiedad por depresión en niños entre 2 y 5 años por conductas manipuladoras, berrinches, pataletas, etc.
Por otra parte, se nos presentan padres que llevan demasiado tiempo sin descansar y muy estresados, lo mismo que sus criaturas, que son en principio la causa de ambas cosas.
Son pocos, pero algunos niños presentan una agresividad muy importante para su tan corta edad, teniendo en cuenta que ese tipo de comportamientos es esperable en la adolescencia y no en la primera infancia, siendo en muchos casos consecuencia del uso de tantas pantallas y tanta permisividad en el ambiente que les rodea.
El juego es la clave para lograr el mejor desarrollo en el niño y conocer a nuestros hijos.
Los niños tienen como obligación jugar y, si no juegan, tienen y tenemos todos un problema importante. Paradójicamente somos nosotros, los adultos, los que muchísimas veces no les permitimos jugar e interrumpimos ese juego libre o dirigido que están haciendo bien porque queremos que hagan otra cosa, porque nos viene mal, nos suena el teléfono u otras muchas circunstancias que surgen y a las que damos prioridad. Sin embargo, tenemos que entender y saber que con el juego los niños van a aprender lo necesario para hacer frente a la vida ordinaria y nosotros tendremos más conocimiento de nuestros hijos en ese proceso de observación que tenemos que llevar a cabo.
Jugar con nuestros hijos es algo que sólo tiene beneficios:
- Jugar es permitirles y ayudarles a aprender a pensar, a resolver problemas y buscar soluciones.
- Jugar es aprender normas y respetar los turnos si el juego lo exige (aprenden a esperar).
- Jugar es disfrutar de las cosas pequeñas, a veces se gana, otras se pierde, pero lo más importante es que se manifiesta la felicidad de ganar o se aprende a manejar la frustración que supone perder y aceptarlo.
- Jugar es ponerse a la altura del pequeño y sacar nuestro niño esas risas y gritos de auténtica pasión.
- Jugar es un medio excelente para desarrollar la comunicación, desarrollar el área del lenguaje tan importante para la persona, aprender a expresarse correctamente y utilizar palabras específicas que amplían el vocabulario.
- Jugar implica una adecuada gestión emocional para afrontar los retos que nos pone el juego por delante.
- Jugar significa descansar plácidamente después del tiempo compartido de emoción, risas e incluso discusiones.
- Jugar es la clave para conocer muy bien a nuestros hijos y para explicarles cosas que son necesarias para el día a día.
- Jugar es el tiempo que tu hijo necesita de sí y es también parte del espacio. En este sentido, probablemente nunca haya habido tantos juguetes a su alrededor, provocándoles tanta dispersión que no se centran con nada y se muestran aburridos, de mal humor, escépticos, impertinentes y sólo saben pedir más y más, sin ni siquiera estar realmente interesados en ninguno de ellos.
Los niños demandan tiempo de juego con sus progenitores y como consecuencia de ese tiempo dedicado a ellos se asentarán importantes avances en su educación como personas libres, responsables y felices.
Cuando jugamos con nuestros hijos los observamos y los conocemos mucho mejor que cuando simplemente estamos ahí. Sabremos lo que les pasa sólo con mirarlos, porque quien no comprende una mirada de un hijo, difícilmente va a comprender la explicación que vaya a darle.
Preocúpate de ese niño que cede fácilmente y que se deja llevar y baja la cabeza en señal de aceptación, porque necesita crecer en seguridad personal, pero no te preocupes de ese niño rebelde que muestra resistencia a los cambios y que muestra fortalezas que habrá que orientar adecuadamente pero nunca intentar quitárselas.
Cuando no sepamos qué le ocurre a nuestro hijo vamos a invitarle a jugar, a dar un paseo o, simplemente, a sentarnos cerca y él lo agradecerá y probablemente hablará o se querrá acercar para que le abraces y sienta el recogimiento de tus brazos, pero para eso, debes haberte sentado antes muchas veces a jugar con él, porque es así como crece y se afianza el cariño y la confianza en el otro.
El niño va a aceptar las correcciones hechas con delicadeza y cariño y esas sugerencias necesarias siempre que se sienta valorado y querido.
No se debe olvidar que el juego es el medio a través del cual podemos conseguir todo lo bueno de nuestro hijo y lograr que se desfogue en el caso de que lo necesite, gritando, corriendo, a carcajadas o, por qué no, mostrándose enfadado.
De 0 a 3 años, que es la etapa que nos ocupa, el niño necesita mucho contacto físico, darle abrazos, besos, caricias, mirarlo y hablarle todo lo que se pueda.
Si el niño no permite que le toques, debes respetarle, pero hay que procurar que se produzca un acercamiento que es absolutamente necesario ya que, si no ocurre así, podríamos estar presenciando una carencia en la necesaria integración sensorial de esa persona que es clave para la convivencia consigo mismo y con los demás. La relación afectiva es absolutamente imprescindible.
No atiendas esos consejos que dicen que lo malcrías, que no vayas si te llama y que sólo lo cojas para lo que realmente sea necesario. Si haces esto, lo que se producirá será un distanciamiento y una falta de seguridad en el niño, incluso miedos que arrastrará probablemente mucho tiempo.
El aprendizaje llega con la madurez y la experiencia y esto es un proceso largo. Los aspectos que hay que tener en cuenta cuando un niño aprende son:
- Madurez intelectual.
- Aprendizaje global no programado ni por partes.
- Estimular premiando, por ejemplo, con algo tan importante como la sonrisa.
- Enseñar por modelado da muy buen resultado.
- Resulta siempre más eficaz el premio que el castigo.
En el periodo de 1 a 2 años el niño no para y puede tener reacciones extremas e incluso presentar sus primeras rabietas por la falta de capacidad de gestionar su frustración.
Hay que lograr mantener ese equilibrio, que no es nada fácil, entre proteger y no sobre proteger, cuidar, pero no anular y estimular, pero no desestabilizar. También es muy útil cambiar la atención cuando lloran sin consuelo y buscar estrategias de modificación de esa conducta que funcionen y no perderles de vista pero sin que tengan la sensación de estar permanentemente controlados para que no te reten.
Las rutinas son las que establecen la seguridad en el niño ya que le ayudan a situarse, saber lo que viene a continuación, lo que se le está pidiendo y lo que puede esperar.
Los padres debemos ser constantes y coherentes, aunque en muchas ocasiones sea muy difícil mantenerse firmes y renunciar a ciertas cosas o actividades, porque el niño tiene que no romper, en la medida de lo posible, sus rutinas, pero esa es la primera misión que debemos adoptar como adultos: responsabilidad, constancia y coherencia.
En este periodo las comidas suelen ser complicadas, pero no hay que obsesionarse con ese tema. Los niños todavía no son sociables, aunque aparentemente se relacionen, simplemente se toleran y pueden discutir y mucho por un mismo objeto y utilizar la boca y morder. Ésta es una de las salidas más habituales en este periodo.
La evolución del lenguaje en este periodo será normal, hablen más o menos o incluso no digan nada. De momento no hay que preocuparse.
La etapa de 2 a 3 años es trascendental y aparece el temido “no”.
Para gestionar este “no” permanente en los niños hay que utilizar el sentido común y mucho sentido del humor.
Es el momento de empezar a responsabilizarles de pequeñas tareas, afianzar hábitos de higiene y aseo personal y control de esfínter.
Es una etapa en la que tienen un alto nivel de adaptabilidad, son muy sociables, pero también muy egoístas porque se encuentran aún en una etapa egocéntrica de la que poco a poco irán saliendo y comenzarán a ver a otros en su entorno, empezando a dejar ese “yo” de lado.
Inicio el desarrollo del lenguaje: el niño es capaz de expresarse y de comunicar sus necesidades.
En este periodo nos encontramos con situaciones no deseadas, como el momento en el que se convierten en auténticos tiranos y grandes manipuladores, haciendo que nos sintamos como sus esclavos, llegando en ocasiones un momento en el que el agotamiento es tal que no sabemos ni qué tenemos que hacer.
Algunos de los errores que debemos evitar son:
- Convertirnos en colegas o amigos, porque somos sus padres.
- Comprarles lo que demandan por dejarles de oír chillar o patalear (acceder a sus caprichos). Evitar favorecer el consumismo.
- Protegerles en exceso y que se crean que el mundo gira a su alrededor en exclusiva.
- Ceder para evitar males mayores y creer que esta conducta pasará con el tiempo. Probablemente lo que logremos es que esta situación se agrave.
- Creer que todo se arregla dialogando con el niño. Hay muchas veces que hay que poner el punto final y no seguir dando explicaciones que no valen para nada.
- Sacrificar actividades de otros por los caprichos de esta criatura, cerrar los ojos y pensar que la culpa de todo lo que pasa la tienen los demás incluido yo como padre y nunca el niño.
- Creer todo lo que dice, que en muchas ocasiones son historias inventadas, y caer en su trampa o truco.
Cuando se produce una situación de desbordamiento como consecuencia del comportamiento del niño que no somos capaces de manejar debemos ponernos en manos de profesionales y pedir ayuda, primero en el centro educativo, para marcar pautas de acción coherentes e iguales en los dos sitios (familia y escuela), con el fin de que el niño se dé cuenta de que su comportamiento tiene consecuencias. Son pequeños, pero no por ello son tontos.
Para acercarnos a la solución debemos estar y sentirnos fuertes emocionalmente y que el niño perciba nuestra fortaleza y firmeza, pero siempre teniendo presente esa necesaria flexibilidad que viene acompañada por la virtud más característica de los padres: la paciencia.
Si nos ponen a prueba, mantener la calma, mirarlos con tranquilidad y no caer en las provocaciones. Debemos seguir conversando con normalidad y usar el sentido común. La perseverancia en nuestra actuación será garantía de éxito y, sobre todo, no desanimarnos y felicitarnos por lo bien que hemos superado la prueba que nos ha puesto el dichoso niño.
Confía siempre en ti y en que puedes. Un niño no debe poder con nosotros, que somos los adultos.
Tener presente siempre que:
- Tenemos que ser mucho más perseverantes que ellos y podemos conseguirlo.
- Los discursos que podamos darles no valen para nada, no seamos ingenuos.
- Hay que intervenir, no basta con decir “esta es la última vez que te paso esto”.
- Unificar siempre los criterios y que no sientan que uno es más débil que otro. Se debe actuar con seguridad.
- En ocasiones tendremos que asumir papeles que nos resultan incómodos y desagradables y al mismo tiempo muy poco populares en la sociedad actual, pero no tenemos que sucumbir a esas situaciones de crisis. Tenemos que ser conscientes de nuestros progresos y sentirnos bien con ellos.
- No podemos bajar nunca el listón ni desanimarnos y, si esto ocurre, es mejor buscar apoyos que nos refuercen emocionalmente porque es nuestro hijo y nosotros somos humanos.
Aunque parezca complicado, sólo podemos acabar con una frase de ánimo: ¡Bienvenidos a la etapa de 0 a 3 donde vamos a crecer como personas todos los implicados en la educación de los más pequeños de la casa!
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