
Creciendo a mi ritmo
Hoy conmemoramos el Día Mundial del Árbol.
¿Cómo os sentís cuando os metéis debajo de un enorme árbol que permite protegeros del sol intenso del verano?
Los árboles son cruciales en la vida de la persona y nadie cuestiona el tiempo que tardan en crecer, engordar su tronco, expandir su ramaje y echar las hojas para renovarlas cuando procede o quedarse siempre con ellas.
Los árboles crecen, algunos muy rápido, lo que permite al hombre recoger sus frutos o su madera, o incluso la resina, y otros, sin embargo, tienen un crecimiento muy lento pero muy robusto, como por ejemplo el nogal, cuya madera es muy cotizada por su robustez y que proporciona unos frutos que enriquecen nuestro cerebro y aportan importantes vitaminas y minerales para nuestro organismo.
Las personas somos como los árboles, cada una crece a su ritmo, ya que dependemos de una carga genética que nos dirige para bien o para mal.
No podemos ni debemos tener prisa con los niños ni estar preocupados porque sean muy grandes o muy pequeños. Lo más importante es fijarnos en que su desarrollo psicomotor, cognitivo afectivo y social sean los correctos, adecuados y coherentes para la edad biológica que tienen.
El tamaño físico del niño no está relacionado con su crecimiento y desarrollo intelectual, afectivo, motor y psicomotriz.
Es cierto que los niños grandones suelen ser más torpones en sus movimientos, mientras que esos que son pequeñitos se mueven como las lagartijas, son rápidos y seguros, pero si se trabaja con ellos adecuadamente y se refuerzan las carencias que cada persona presenta, se afianzan desarrollos firmes que van a engrosar lentamente en su cerebro y les van a permitir una escolarización adecuada.
A las personas, igual que a los árboles, hay que dirigirlos para que, en la medida de lo posible, no se tuerzan; hay que podarlos para que broten aún más bonitos y refuercen su crecimiento, observando, escuchando y hablando mucho con esa personita. También hay que regarlos y proporcionarles los aditivos necesarios, como puede ser el hierro para que sus hojas luzcan del color más verde posible y hay que coger los frutos maduros porque verdes no hay quien se los coma.
Nuestro bien más preciado, que son nuestros hijos, son como los árboles que tan cuidadosamente se plantaron un día y hubo que cuidarlos, pero que llegado un momento ya subsisten por sí mismos y sólo necesitan que llueva y que el hombre les respete. Pues lo mismo necesitan nuestros hijos: ayuda en los inicios, vigilancia en su desarrollo y crecimiento, el respeto y cariño de los que les rodean y la libertad de acción cuando llegue ese momento.
Colaborad con los que plantan árboles y colaborad con la sociedad para que los hijos de la tribu crezcan sanos y felices y de esta forma conseguir que nos den los mejores frutos.
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