
¿Y por qué? ¿Y por qué?
¡No para de preguntar!
De los 2 años en adelante los niños aumentan su capacidad de comprensión del significado de las palabras y su vocabulario y, en consecuencia, comienza la etapa del preguntón.
El pequeño va descubriendo el mundo y es feliz. Descubre el mundo con mucho interés e ilusión y empieza a preguntar insistentemente sobre todo lo que le rodea, porque ha descubierto que a través del lenguaje puede averiguar muchas cosas.
En muchas ocasiones, los adultos (fundamentalmente los padres) no pueden responder a todas las cuestiones que sus hijos les plantean, bien porque las preguntas nunca acaban o porque la pregunta es inapropiada para contestar en el lugar en el que se encuentran y no procede responder en ese momento.
Los niños tienen un pensamiento concreto aproximadamente hasta los 4 años y hasta ese momento las respuestas que se den a los niños deben ser siempre concretas. Son momentos de experimentación y egocentrismo y por eso hay que responder de forma muy clara y concisa y, por supuesto, de forma muy concreta para que el niño nos entienda.
Ante la cantidad de interrogantes que nos plantean hay que tener presente la necesidad de diferenciar entre realidad y ficción porque los niños en muchas ocasiones no buscan respuestas exactas, sino que lo que buscan es jugar con el adulto y observar sus reacciones.
Le gusta escucharse y comprobar cómo progresivamente va adquiriendo soltura en el lenguaje y si coincide la respuesta con la idea que él tiene sobre el tema en cuestión.
Las respuestas que les proporcionamos ayudan al niño a avanzar en sus descubrimientos, pero en muchas otras ocasiones lo único que buscan es mantener nuestra atención para jugar con nosotros o simplemente disipar los miedos que puedan tener.
Cuando preguntan y preguntan reiteradamente, lo que ocurre es que no se quedan conformes con la respuesta que se les da y necesitan algo más concreto, o simplemente más próximo a su pensamiento, pero cuando se ponen exigentes y tercos demuestran un ejercicio de autodeterminación de su propia identidad para comprobar la aceptación del adulto. Dependiendo del caso y del momento variará el motivo de tanta pregunta.
En estas situaciones seguro que nos plantearemos: ¿tenemos que contestar a todo lo que nos pregunta, aunque sea 18 veces lo mismo?
Lo aconsejable es contestar de manera dosificada y tener siempre en cuenta la medida en que necesitan esa respuesta.
Las respuestas al inicio deben ser muy sencillas y debemos comprobar que realmente nos han comprendido. Si la respuesta que hemos ofrecido resuelve sus dudas e inquietudes, se irá añadiendo información progresivamente o contestaremos a otras preguntas para que ellos mismos sean los que se pregunten y se respondan a si mismos.
Nos puede pasar que no tengamos respuesta a una pregunta y entonces ¿cómo debemos proceder?
- Les diremos, “Ahora no lo sé, se lo preguntaremos a XXXX”, y no pasa nada.
Los niños consideran que tenemos respuesta para todo y deben percibir que eso no es así, con toda naturalidad les responderemos la verdad, pero tendremos que tener en cuenta el tono de voz utilizado y la mirada que les dirijamos porque somos su modelo, por lo que es necesario que perciba seguridad, tranquilidad, sinceridad y que realmente tenemos interés por responder a todas sus preguntas.
Si la pregunta es incómoda y no es el momento ni el lugar para responder a ella, debemos gestionar la respuesta de forma muy inteligente y rápida para que el niño no insista en ella y decirle “Te responderé a esto cuando estemos en casa. A mí no se me va a olvidar pero, por si acaso, allí me lo vuelves a recordar”, por ejemplo.
No debemos dejar ninguna pregunta del niño sin contestar porque con nuestras respuestas le transmitiremos nuestra visión del mundo, valores, y todo eso que el pequeño necesita para comenzar a tener una visión menos egocéntrica.
Las preguntas tabúes también hay que responderlas de forma precisa, adecuada y adaptada a la edad del niño y no deben percibir que nos incomodan porque el niño, puede sentirse mal y no entender por qué no puede hacer esa pregunta.
El niño necesita saber qué es lo que está permitido, lo que no se debe hacer y por qué. De esta manera serán ellos mismos los que comiencen a extraer conclusiones sobre los diferentes hechos y acciones y comenzarán a discriminar por sí mismos, comenzando esa andadura en la vida de forma más independiente, lo que supone el inicio de empezar a tomar sus propias decisiones.
De alguna manera hay que saber que, cuando un niño pregunta, esa cabecita persigue varios objetivos:
- El intelectual, porque necesita información sobre las cosas que desconoce de su entorno o sobre las que no conoce bien.
- Favorecer su interacción con el medio ambiente y el entorno que les rodea.
- Conocer y explorar las propias relaciones interpersonales.
Conforme el niño crece, sus preguntas serán más maduras, por lo que habrá que ir adecuando las respuestas.
Consejos para contestar a las preguntas que los niños nos hacen y afrontar esos porqués de la forma más adecuada:
- Utilizar un lenguaje normal, no infantil, para estimular la curiosidad del niño. Los niños aprenden el lenguaje correcto a partir de un lenguaje correcto.
- Escucha bien lo que el niño pregunta y contesta sólo lo que el niño está pidiendo y no lo que tienes en la cabeza. Evita la precipitación y piensa antes de contestar.
- Marcar tiempos cuando no paran de preguntar y respetarlos: “Pregunta ahora y luego descansamos un poquito”.
- No permitir que una pregunta nos ponga nerviosos. Dar un ultimátum.
- Si insiste, dar siempre la misma respuesta.
¡Mucha suerte con los preguntones!
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